A flor de piel (y once postales tuyas)


La historia se sigue escribiendo. 

Anoche, después de algún tiempo, volví a soñar con E. Aunque, francamente, no logro recordar que pasó en ese sueño. Lo que sí, es que ando seguro que debió ser algo tan entrañable como lo vivido cuando caminábamos uno junto al otro. Después de todo, que aparezca invocada por mi mente, resulta ser lo normal pues fue, precisamente, a su lado que transcurriría mi última gran historia. La mejor, diría yo. Obviamente con claros y oscuros, como todas.

Por lo demás, una cosa es cierta, sin embargo: no la debí dejar partir.

Me duele su ausencia. Es que juro que nunca he visto a dos disfrutar tanto del placer que les producía el solo hecho de tenerse. A eso, pienso, se debe que hoy sienta que todas mis partes aun la nombran y tercamente la siguen buscando en donde ya no está. Ella no está y si, en cambio, se ha incorporado esta extraña melancolía que me hace sentir invariablemente vulnerable y, al mismo tiempo, instala dentro mío un tierno goce al recordar lo demencialmente felices que fuimos.

Por eso, el plan de esta noche es: dejar correr muchas veces seguidas alguna canción de Iván Noble, beber alguna delicia y escribir once postales suyas. O sea, de E. Y si duele, que duela. Igual será perfecto.

Aún nos quedan letras y canciones. Menos mal.

 -04-

Hoy E se ha lucido. Me ha traído, a modo de obsequio, el libro que siempre quise tener de mi autor preferido. Se trata de un ejemplar que repasa algunos de sus mejores poemas de amor. No se lo he dicho, pero me encandilan ella y sus detalles. Ocurre que es genial que alguien, por fin, entienda que existen cosas que no cuestan mucho, pero valen demasiado. Quizás no la merezca, pienso. Pasa que soy un cascarrabias y estoy infestado de esos defectos que ninguna mujer quisiera ver en quien pretende tener a su lado para siempre. Lo sé y no me entiendo. Igual tampoco me preocupa no hacerlo, nada me preocupa en demasía. Por eso, y por más, es que reconozco ser un idiota. Con un poco de verso, y verbo, eso sí. No obstante, ella me importa. Lo puedo jurar.

-02-

No sé de dónde salió, ni idea. Apenas y recuerdo el día—o, bueno, la noche— que mientras bebía algo, escribía sobre casi nada y de pronto se me ocurrió conocerla. Hecha la propuesta, ella aceptó de inmediato. Acaso será que siempre me ha intrigado como consigue abordar exitosamente cualquier tema. Además de esto, adoro su fino paladar musical.  Es estupenda.
  
-03-

Me queda absolutamente claro que, de alguna manera, ya la tengo clavada en la mente. Tarde o temprano nos veremos las caras, ni duda me cabe de eso. A este punto, siento que  ya la virtualidad nos sabe a poco. 

(…)

Esta noche se acaba de suscitar nuestro encuentro. Que fue, como no podría ser de otra forma, en una Librería. Estábamos impacientes y al vernos nos saludamos con esa falsa cautela que suele anteceder a una explosión de emociones antes ya premeditada. Nervioso, y para distraer dicha intranquilidad, aproveché en  revisar algunos libros de, obviamente, mi autor preferido. Ese mismo al que no he mencionado, pero que sigue siendo mi favorito. Recuerdo que conversábamos de todo y nada cuando decidí, así sin más, besarla ferozmente. Tras eso, lo tengo claro, el clima del momento fue de tal mayúscula intensidad que no hubo espacio para pensar activarle alguna clase de freno a la pasión que nos invadía por todos lados. Fue casi como si nos hubiésemos estado esperando desde siempre. Como si ya antes hubiésemos deseado el desearnos con esa vehemencia. 

Nunca la quise, la amé inmediatamente. Así, sin paso previo. 
               
-06-

Cuando la veo así de enamorada me conmueve. Pienso que eso es lo que quiero vivir siempre. Es simple, quiero que me miren y hablen así el resto de mi vida. Aunque, claro, de momento solo aspiro a intentar mantener intacta esa idea al menos por un mes seguido. Estoy seguro que ella así lo merecería. Le encanta como cocino, hoy me lo ha repetido.  Y ¿qué es cocinarle a alguien sino un acto de amor? 
        
-07-

Mirándolos noto que no falta nadie. Están todos. Me divierte verlos haciendo su mejor esfuerzo por halagarme. Aplauden, cantan y me echan miradas cada vez más persistentes. Parado los observo e intento ensayar algún gesto que denote aprobación, alegría, emoción o todo eso junto. De pronto, cuando apenas me termino de acostumbrar a ser el centro de atención, decido complacerlos dándole un sonriente buen final al momento. Entonces, tras esa provocada corriente de aire, llueven nuevos aplausos, abrazos y todo ese afecto circunstancial que suelo detestar. O, digo mejor, aborrezco a morir. Después permanezco pensativo (evocando silenciosamente a E) y, casi sin buscarlo así, fijo la mirada en esa llama que sorpresivamente (o no tanto) ha vuelto a arder. “¿Será una señal de algo?”, me he preguntado. “Totalmente”, acabo de pensar. Hoy la quise llamar, pero no lo hice. Creo que ella debió llamarme a las doce en punto. Ya no hay detalles. Parece que se nos anda acabando el amor. Tengo fe igual.

-09-

Lo había prometido. Por eso, es que no esperaba menos que viniese a saludarme. Recibo su regalo y la noto aun dudosa de si abandonarme, o no. Evidentemente, han disminuido sus ganas de mí. No obstante, lo difícil para ella es saber que aún le queda algo de aquel sentimiento. Eso minúsculo es todavía muy fuerte. Sobrevive al dolor.

 -08-
    
La extraño. Por eso no me sorprende haber pasado otra vez por lo mismo. “Hoy no”, me acabo de decir. Pero ya no hay nada por hacer, ahí está otra vez. Hablo de una imagen. Aunque, ahora que lo pienso, es algo más que eso. El punto es que la puedo ver y oír. De hecho, la demoledora melodía de fondo me es demasiado familiar. De ello, desde luego, no me quedan dudas. La toma parece desdoblarse y convertirse en una irrefrenable sucesión de imágenes que tiene a dos personas como protagonistas. Es una chica, es E. Es un chico, soy yo. El caso, es que en una de ellas (es decir, de las imágenes) E está angustiada sin llegar a entender la razón de mi desidia. Las imágenes siguen. Ahí, en otra, aparezco observándola sin pausa. Le estoy pidiendo que reconsidere su decisión. Está todo en random. 

 —Hola— digo al irrumpir sonriente por primera vez frente a ella.
—Hola, ¿qué tal?—dice E al tiempo que apenas roza, como con miedo, mi mejilla derecha al saludarme.
—Te reconocí inmediatamente—digo fijando la mirada exactamente en medio de la suya.
—No te vi. Pero es muy lindo esto de, por fin, conocerte—dice E sin titubear, pero algo nerviosa.
—Pienso lo mismo, me alegra estar aquí—digo con gesto de emoción.

-1-

Lo veo y no lo creo. Es decir, ni idea tiene nadie de lo idiota que me siento al saber que avancé siempre en distinta dirección a la suya. Y es, precisamente, eso lo que me lleva a aterrizar esta inaudita confesión: tuve miedo, mucho miedo. Que no me crea nadie, me importa dos carajos eso. Pero no miento cuando afirmo que esa real proximidad al amor me devastó. Encontrarme, así de improviso, frente a alguien a quien no podía objetarle nada hizo que inconscientemente lo arruinara todo. Ese hecho, sin duda, excedió la ínfima cuota de valentía que acostumbra habitarme. Máxime, obvio, si dicho episodio no lo estaba escribiendo desde un teclado, sino que lo estaba viviendo. Que patético soy. Ahora bien, pero es rigurosamente cierto, en cambio, que me acomoda mejor la holgura que otorga el hecho de exteriorizar cosas escribiéndolas. Pero nunca le escribí. Solo ahora que nos ha invadido el silencio es que decido hacerlo.  Merezco este caos. 

 -10-

Ya sé, ya sé, que el amor no se dice. Que se siente o no se siente. Y, ya pues, hoy siento que la amo y extraño como jamás lo hice. Ella no me recuerda o, al menos, lo disimula muy bien. Esta distancia está acabando conmigo. Es que no es sano eso de buscar constantemente internarse en otra cabeza para intentar entenderla. Cosa que ni así lograría, creo. Sumado a eso me altera preguntarme repetidas veces si le aparecerá mi recuerdo al levantarse, mientras almuerza o cuando suena alguna canción. Carajo, definitivamente estoy desvariando. Otra cosa, ella, de alguna manera, sin querer podría andar aferrándose a la idea que esta lejanía consigue posicionar mis sentimientos en un lugar distinto al suyo. Y, si fuese así, se engaña de cabo a rabo. Es más, si ahora mismo me estuviese oyendo le diría que llega un momento en que uno se da cuenta que querer en ausencia ya no es la suma de algunas lóbregas y tibias sospechas, sino es el boyante encuentro de muchas aplastantes e instaladas certezas. Y este amor no alberga temor a nada, no se reprocha al saberse solo. Es diferente a mí, es tenaz.

Ah, lo olvidaba, de hecho hubiese cerrado esa inexistente conversación con un condicionado, pero sincero: “te amo cara de tortuga”. Y se hubiese reído, lo sé. El sentido del humor está íntimamente ligado a la inteligencia. Ella es el mejor ejemplo de eso.     

-5-

Ahora es que abruptamente ha aparecido otra retahíla de imágenes donde estamos en una habitación. Es mi departamento. Nos veo tumbados en mi cama y escucho claramente nuestras risas. Suena una canción desde el televisor de la sala. Sonrío al vernos envueltos en un beso despreocupadamente audaz. Tanto así que una de mis manos, en exceso diligente hay que decirlo, ha decidido posarse entre la costura interna de su pantalón y su piel. Está cayendo la tarde, aunque aun está muy claro todo. Todo parece indicar que nuestros movimientos parecen estar frenéticamente calculados como para escalonadamente arder todos nuestros espacios. Para llegar a esa cima, a veces tan inalcanzable. Me estoy descubriendo. Con ella, por ella. Estamos haciendo el amor, aunque creo que es algo más que eso. Como sea, el punto es que ando recorriendo todos sus rincones. Turbado la veo, literalmente, caer desmayada de placer. 

Nada va a ser igual sin ella. Nada.    
   
-11-

Ahora todo parece enfocarse en una frágil silueta. Es de noche. Es E, ahora dueña de un gesto repleto de confusión y desconsuelo. Sigue sonando la misma canción. Parece estar decidiendo mi destino. Veo, con preocupación es cierto, que a medida que avanza en los considerandos de su decisión final se instala en ella un estado de alteración inédito hasta ahí para su natural pasividad. No la reconozco. Al verla así de enojada, pienso que a su firme propósito se le andan atravesando lindos recuerdos, pero no por eso decide dejar de ser firme. Es el fin. Nadie me lo tiene que decir, lo sé. Simultáneamente a eso también puedo verme a la espera de su estocada final. Estoy maldiciéndome por no haber podido controlar mis emociones. Por no haber entendido que una cosa es actuar buscando alimentar vínculos y otra hacerlo para que del infeliz hecho de abrir heridas brote algo parecido al apego. Ahora, sin embargo, es verdad que lamento no poder volver el tiempo atrás y no haber dicho esa sarta de idioteces que temerariamente pronuncié en repetidas ocasiones.

Visto así, es que recién entiendo que sumar molestias difiere mucho de aglutinar penas. Una gran molestia, en la mayoría de los casos, puede devenir (o ser el resultado) de una emoción violenta. La misma que puede llegar a ser tan intensa como efímera. La pena, en cambio, se instala en el alma y se niega a irse fácilmente. Magulla al sentimiento y lo deteriora al punto de dotarlo de una calidad que anteriormente no gozaba: la de olvidable.  

Ya me lo dijo. Está entre apenada y molesta. Pero no llora. Parece que un poco le doliera abandonar esa esplendida nada que compartíamos. Yo, de este lado, solo quisiera besarla, decirle que no lo haga y que puedo volver a prometer eso que jamás cumpliré. Cunde la niebla y solo llega a percibirse el  estruendoso sonido del vacío que empieza a abrazarnos. Que  espantoso esto de saber que está a punto de desatarse la tormenta que traerá consigo esta puta pena y que a estas alturas no hay lugar donde guarecerse. Lentamente estoy digiriendo mi sentencia de muerte, siento llegar el penoso peso de la primera lágrima a la espera de conocer la luz. La quiero retener. Trato, inútilmente, de buscar internamente algo de ese coraje que nunca he tenido. Hurgo dentro de mí tratando de hallar un poco de esas agallas que si tuve para creer que ella siempre sería para mí. No las encuentro, ni me encuentro. Me veo triste. Oírla decir todo eso fue demasiado. Qué pena me doy. Que sepa yo, nunca me vi tan notoriamente atribulado. Lo siento tanto por mí. Le quiero hablar, pero no es posible. Igual ya no hay nada por decir. Por eso, o en razón de eso, solo atino a creerla absolutamente convencida que tomó la mejor decisión. Los gestos que se apoderaron de su rostro claramente parecieron decir eso. 

Es el maldito fin que minutos antes ya venía presagiando. 

-12-

 (¿y si la llamo?)